domingo, 13 de noviembre de 2011

EL BERLÍN ANTERIOR A LA GRAN GUERRA


Klaus Werger vive feliz durante un año en la pequeña habitación de la Kluckstrasse, mirando el mínimo cielo berlinés desde la ventana que da al patio oscuro con olor a guisos agrios y orines, escribiendo curiosas crónicas de la historia berlinesa, enviando a su periódico en Viena artículos sobre los relevantes acontecimientos de esta ciudad orgullosa que ya está dibujando su futuro. Un Klaus que acude por las noches a los cabarets ahumados, con chicas hermosas y rubias, de piernas largas y húmedas de champán, con sabor a nicotina en las bocas rojas.


Debemos señalar que el Berlín que Klaus conoció es un Berlín que se perdió hace tiempo, que no podríamos reconocer porque desapareció por el horror que aún está por llegar. Aquellos días felices Klaus caminó por una ciudad orgullosa que exhibía su talento y modernidad, su infinita eficacia, su fascinación por el futuro. Era el Berlín triunfante que estrenaba el siglo que lo acabaría destruyendo.


Sin embargo, ninguno de sus habitantes podía intuir lo que ocurriría. Ni siquiera Klaus Werger, dotado para reconocer el pasado, pero torpe para adivinar el porvenir. Berlín era un niño mimado y consentido, un adolescente alterado por la fiebre de las hormonas, incapaz de estarse quieto, deseoso de conquistar lugares, de comerse el mundo. Un Berlín joven y fuerte, pero que bajo sus alfombras escondía ya un doble perverso que sólo esperaba el momento.


Muchos seguidores admiraban su capacidad para unir la insignificante historia de una de las esquinas de la Auguststrasse con la biografía mayúscula de Federico II el Grande, o su habilidad para indagar sobre lo ocurrido en un solar del que hacía mucho tiempo que se había perdido la memoria. Hubo sospechas de invención, de que aquel misterioso caballero Hinzelmann escribía historias apócrifas y que por esa razón, escondía su impostura tras un nombre falso. Pero, mientras Klaus vivió en Berlín, siguió publicando puntualmente sus curiosas historias berlinesas que hoy podríamos repasar en las hemerotecas.

Klaus comenzó a publicar extrañas historias sobre diversos personajes berlineses. Por ejemplo, reproducía el paseo matinal de Otto von Bismarck o el último recorrido que el poeta Chiller hizo por Berlín, ya con los pulmones necrosados y dejando un hedor de muerte en las calles.

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